Teníamos prevista para hoy la publicación de una nueva entrevista de Conversaciones en Positivo. Y era el «primer hombre» al que invitábamos. Un ejecutivo de una de las firmas más importantes de moda en este país, que es de Zaragoza, y apostó por alejarse de su tierra y allá anda, por la capital, con una perspectiva renovada sobre lo que hay aquí, ya que a veces desde fuera las cosas tienen mejor pinta. Pero sin la pretensión de poneros los dientes largos, que también, me he parado a mitad de transcripción de entrevista, porque son más de 60 minutos que tengo que resumir… y me duele la cabeza.
El dolor de cabeza ha contagiado los hombros, brazos, riñones incluso ha llegado al coxis (algunos lo llaman de otra manera) y mi mente, que me tiene prohibido dejar de currar, se ha puesto a viajar por el tiempo hasta una experiencia que viví hace unos días para ver si encontraba sosiego. El viaje me ha llevado concretamente al centro de masaje Liang Xin en la calle José María Lacarra; qué fastidio con eso de cambiar la calles, porque ahora tengo que precisar que es la antigua General Sueiro. Ahora ¿a qué si nos ubicamos…?
Bueno, pues mentalmente allí me he trasladado en busca de relajación aunque sea en el recuerdo, porque lo que daría ahora por adentrarme de nuevo en una de las experiencias más singulares de mi vida. Y puedo decirlo con autoridad, porque mi cuerpo, un cuerpo destrozado por el deporte profesional y las lesiones, y alimentado de terapias, masajes y todos tipo de corrientes, disfrutó hace unos días de una hora de relax, donde no solo me masajearon casi el 100% de mi cuerpo ( voy a obviar esas maliciosas risitas..) si no que yo creo que también amasaron mis malas hierbas, es decir lo negro, negrísimo que acecha mis pensamientos.
Aunque la fachada tiene unas características arquitectónicas con las que ardería la tertulia de Sálvame, creo sinceramente que no podría ser de otra manera. Esto no es un centro de masaje inspirado en lo que podemos encontrar en otros paises. Es literalmente el mismo centro que encontraríamos allí. Con la decoración de allí, los masajistas de allí. Llevan 2000 años dándole al masaje… es como encontrar a un sevillano que no baile por bulerías, ósea, imposible.
Al entrar te embriaga el olor profundo a canela- mandarina. Entonces te invitan a cambiarte y te ofrecen un Kimono de chaqueta y pantalón corto con zapatillas… porque aquí no es cuestión de emular a una Venus yaciente.. aquí te hacen los masajes sobre la ropa. De esta manera, aniquilan cualquier complejo o trauma.
El masaje consistió en dos partes: la primera, para comenzar mi viaje anti estrés, se basó en relajar mis pies en agua caliente mientras me hacían un masaje en las manos, todo ello en una sala de sillones de descanso.
Después con una rigurosa cortesía pasamos a la sala noble del centro: el epicentro del fluir, porque eso es lo que ocurre en esa zona con luz tenue y tatamis que pueden autoaislarse de una manera manual. Ahí fluye energía de la buena. En un ejercicio de 45 minutos, viví el masaje en bruto, sin miramientos, a través de las manos de una mujer china, de cuerpo diminuto y amplia sonrisa y una fuerza en las manos, que Dios libre a Hulk, Iron Man y toda la saga de Marvel. Manos y pies en una ejercicio de flexibilidad llegaron a cada músculo infectado por la tensión, incluso a través de la tela.
Y siguió, hasta acabar con el demonio que me tenía contraída y logró liberarlo y yo con él.
Fue un viaje a Oriente, a su cultura a través de una diminutas manos propias de una princesa pero con el poder de un emperador.
Gracias Pedro por traernos un trocito de Oriente.